Salud mental de estudiantes universitarios: ¿qué pueden hacer las universidades?


«Una mejor salud mental tiene un impacto significativo en el rendimiento y productividad de los estudiantes», señalan las psiquiatras Vania Martínez y Graciela Rojas, y el psicólogo Álvaro Jiménez, todos ellos investigadores del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes, Imhay, de la U. de Chile.

 

En la siguiente columna publicada en CIPER, los especialistas reflexionan sobre la acciones que las universidades podrían realizar, para hacer frente a un problema que afecta a un número no menor de su alumnado.

“En la semana nos revientan con controles. El fin de semana nos reventamos en los carretes”. Así caracteriza un estudiante los vaivenes de la salud mental universitaria.

Los datos muestran que esa etapa aparecen o se agudizan muchos problemas de salud mental (ver columna anterior). En consecuencia, algunas federaciones estudiantiles han reclamado un aumento de psicólogos y psiquiatras en las unidades de bienestar estudiantil.  Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las universidades son comunidades académicas, no instituciones sanitarias. Aun cuando mejore sustancialmente la oferta asistencial, difícilmente las universidades podrán disminuir las tasas de prevalencia o sustituir la atención que ofrecen los servicios de salud especializados. Por lo tanto, en lugar de intentar remplazar los servicios existentes, resulta más eficaz mejorar los vínculos y la comunicación entre las universidades y los servicios locales, de manera de facilitar la derivación de los casos de mayor complejidad.

Muchos estudiantes que presentan problemas de salud mental son reacios a divulgarlos y a solicitar ayuda. Una de las razones de ese silencio es el temor a la posible discriminación que pueden sufrir en sus vidas universitarias. Pese a que amplios sectores de la población cargan con estos problemas, aún persiste la idea de que se trata de exageraciones que se podrían resolver con carácter y disciplina, como lo expresó recientemente el Presidente de la República: “Hoy a los niños los mandan al psicólogo, les dan todo tipo de medicamentos… sobre diagnosticados. En mis tiempos, oiga, una patada en el traste y era el mejor y santo remedio. Y, además, gratis”.

En un contexto cultural donde muchas personas piensan de este modo, es necesario comenzar por la puesta en marcha de campañas de sensibilización y actividades que reduzcan el estigma asociado a los problemas de salud mental. Y ello, porque estos prejuicios contribuyen a reforzar las barreras en la búsqueda de ayuda y en el uso de los servicios de salud estudiantiles [ver estudio].

Otro aspecto en el que pueden avanzar las instituciones de educación superior es en el desarrollo de sistemas de detección temprana de casos críticos. Se lleva a cabo mediante un monitoreo automatizado del rendimiento académico, así como fortaleciendo los programas de asesoramiento y apoyo para los estudiantes, como lo están haciendo algunas facultades en la Universidad de Chile [ver estudio].

Respecto a la detección temprana, es posible poner a disposición del personal universitario (académicos, tutores, personal de seguridad) información pertinente en materia de identificación de signos iniciales de problemas de salud mental y detección de conductas de riesgo.

Cuando los estudiantes se retiran o son suspendidos de los cursos, como resultado de dificultades de salud mental, se deben hacer todos los esfuerzos para ayudarlos tanto en su transición fuera de la institución como en la reanudación de sus estudios. Es posible desarrollar sistemas de apoyo adicionales para las personas con dificultades de salud mental mediante programas de mentores o apoyo de pares, lo cual ha demostrado ser efectivo en la reducción de síntomas ansiosos y depresivos [ver estudio].

La literatura científica internacional describe distintos programas que han demostrado ser efectivos para reducir el estrés, los síntomas ansioso-depresivos y las dificultades interpersonales [ver estudio]. Estos programas intervienen en distintos niveles: promoción de la salud y la prevención universal (programas que apuntan a crear entornos que propicien comportamientos y estilos de vida saludables, como hábitos de alimentación o higiene del sueño), detección temprana de síntomas, intervenciones para prevenir el uso problemático de alcohol y drogas, e intervenciones focalizadas en grupos de riesgo o en personas que presentan problemas subclínicos.